Divagaciones

El vacío se ha vuelto intolerable, porque le ha dejado cautivo del olor, de la textura de la piel y del laberinto misterioso de las contradicciones que ella le brindaba como irresistible encantamiento; con una insoslayable atracción, o un llamamiento irremediable.
Está solo, o así se siente, que para el caso resulta igualmente deficitario. ¿Por qué siente, percibe o cree, que la piel ausente es su apremio y laberinto? Seguramente, porque a lo largo de la vida de frustrado fauno (o ninfa, según el caso) de casi todos, suponemos que debería haber una persona con vocación y aptitud para contener nuestra compulsión, que se precisa más por razón de la analogía sencilla con el ente mitológico lujurioso, fauno o ninfa. Eso sería lo equitativo, aunque ya se sabe… lo injusto de la vida.
La que se constituyera en el objeto más misterioso e inhallable de la pesquisa romántica, se ha perdido.¡Por qué nos ha abandonado! El destino así dispuesto, reputa que si algo misterioso y superlativo lo atrajo a su lado, no podrá sustraerse sin grande menoscabo de la justicia universal.
Podría decir que el ancla que lo enclava es su sonrisa, pero – siendo el objeto amado más parecido a un sol, que a un mero rostro – no le parece que el radiante detalle, alcance a explicar a tanta magia. Quizá al poeta le impresiona más la fábula que la simple topografía.
Es que – limitándose a la toponimia de su cuerpo – diría que la piel asume el protagonismo. Su olor, textura y color resultan primordiales. Conjugan un atractivo que apareció con la primera impresión – recuerda con nostalgia – pero no, es más perdurable que ésta sencilla cuestión de “amor a primera vista”. Además de su magnetismo, su piel produjo apego y perdición. Tal cual un imán en un laberinto mineral; hilo de Ariadna para su desamparo.
El laberinto del fauno, dirá la mitología posterior – en una vana metáfora –