La pretensión de restaurar la paz social, conmovida por la violencia, estigmatizando y reprobando las armas, culminaría en su expropiación a los Legítimos Usuarios. Así como sería desatinado castrar a todos los hombres para disminuir las violaciones, con las armas pasa igual. Quien suponga que la eliminación de las armas aplaca la violencia, desconoce la agresividad natural de los seres vivos, indispensable en un mundo hostil. Las armas son resultado de la violencia, no su causa.
Antes que dejar sin armas a los Legítimos Usuarios (psíquicamente chequeados, pericialmente instruidos, verificados sus antecedentes), decomisen las de los delincuentes, ilegítimos poseedores en su mayoría. Aquella expropiación institucionalizaría la indefensión. Impediría la legítima defensa, dejaría inermes las víctimas frente al único armado, el delincuente.
Estadísticamente solo 0,05% de los protagonistas de hechos violentos con armas (incluidos accidentes) resultan Legítimos Usuarios. Desarmarlos no disminuiría las consecuencias indeseadas de su uso, mejoraría la eficacia del delito a mano armada. ¡Qué contentos se sentirán los delincuentes, garantizada la indefensión de sus victimas!
Si el Estado propusiera desarmar indiscriminadamente su población, confesaría su impotencia ante el delito, propiciando la desobediencia civil. No corresponde que el Estado culpe a civiles y dueños de armerías por el vuelco al mercado delictivo de las armas que le robaron, sería desconocer su responsabilidad y romper el pacto social. Atáquese el tráfico ilícito de armas.
Desarmar la civilidad subestimaría a la ciudadanía, adjudicándole en la arena de la política la estupidez del toro, distrayéndole de la solución, agitando ante sus ojos una idea inconsistente como roja capa. No resiste análisis. Afirmar que la inseguridad proviene de las armas es insultar al soberano.
Además, qué garantía da un Estado que a las armas decomisadas judicialmente, no pudo custodiarlas, permitiendo su reingreso al mercado negro. Por ahora hay “cierto equilibrio”, pero si los Legítimos Usuarios entregaran sus armas, probablemente terminarían en manos de los delincuentes. Pruébese al revés: Que los delincuentes, desarmados, ensayen robarles a los tenedores legítimos.
Quien viva en lugares aislados, peligrosos, deberá resistirse. Ningún gobierno podrá prohibir el derecho a la legítima defensa, sin provocar resistencia.
Claro que… esta oposición resulta “políticamente incorrecta”. Contrariamente, la eliminación de los juguetes bélicos tiene un aura de psicologismo dulzón. Sin embargo… ¿Qué niño no corrió al abordaje como pirata? ¿Tan malos nos hizo esa niñez de lúdica violencia? ¿Habrá quien crea que los delincuentes, de niños, jugaban a los cowboys, y por eso hoy…? ¡Ojalá hubieran jugado! Acaso, no es un lugar común de la psicología que el modo de exorcizar la violencia es jugando a ella. Aunque la “Red Argentina para el Desarme” finge cualidades liberales, progresistas, porta un concepto autoritario; para colmo contraproducente. La violencia no está en las armas, y a los niños debe educárselos; no quemarle sus juguetes bélicos.
Desarmar Australia incrementó los asaltos a mano armada un 73%; los homicidios el 29%. Hasta crecieron los robos sin armas un 28% (cifras del Buró Australiano de Estadísticas).
Compárese la sensación de inseguridad de la población desvalida, con la percepción de impunidad de los delincuentes, complacidos de tanta víctima inerme.
El Gobierno Inglés, después de una masacre de niños en una escuela de Dunblane, Escocia (1986), desarmó a los legítimos tenedores. Resultado: una ola nunca vista de crímenes violentos; el índice de asaltos callejeros en 1998 superó al de EEUU en 40%. Y los asaltos domiciliarios 100% más frecuentes.
El supuesto progresismo pacifista de los “anti-armas” engaña: todo régimen totalitario recurrió al desarme de la población. Históricamente los estados autoritarios desarmaron a los civiles; Mussolini fue señero en Italia, le siguieron Hitler y Stalin. Actualmente, Cuba.
Poseer armas es sinónimo del carácter libre de ciudadano; en la Suiza de la democracia directa, los ciudadanos concurrían a votar a la plaza con su espada, símbolo de su condición, índole y habilitación. Hoy cada suizo tiene en su hogar un fusil (Sig Sauer), como integrante natural del ejército, sin que desmerezca la tradición neutral y antibélica de Suiza. Nuestra Constitución Nacional reconoce el uso de armas a todo ciudadano, obligándolo a armarse en defensa de ella y la patria (Art. 21).
El régimen legal argentino de control de armas de fuego, resultó excelente en la lucha contra el uso delictivo de armas; previó exámenes psíquicos, cursos de habilidad y prudencia, reduciendo efectos accidentales o indeseados. Recientemente, con las leyes Blumberg, redundaron en reglamentaciones asfixiantes para los legales, desmejorándolo. Deberá volverse a aquel; modelo a emular por otros países.
Los griegos, con las olimpíadas, sustituían la guerra remedándola en cada deporte. Hoy también se utiliza armas en categorías olímpicas. ¿Intentarán suprimirlas? ¿Quién no conoce los efectos purificadores del juego, sano cauce de la agresividad natural? Querer ahuyentar los demonios de la violencia, reprimiendo hasta la agresividad del juego, alimentará estallidos.
El prejuicio de presumir como violento al usuario legítimo de armas, lo refutó Michael Moore – acreditado antibelicista, ganador del Oscar al mejor film documental – con “Bowling for Columbine”. Mostró a Canadá (país proporcionalmente más armado que los enfermos EEUU), disfrutando altos grados de seguridad y bajos índices de violencia. Pese al enorme porcentaje de armas por persona: 7 millones en 30 millones de habitantes; claro que allí la televisión no incita a la paranoia, repitiendo espasmódicamente crímenes. Y la mayoría goza de educación gratuita, salud pública y previsión social estatal. Toda una fórmula.
Desarmar indiscriminadamente confunde criterio con simpleza. Es, cuanto menos, una ñoñería.
Los Andes
08-06-2005
Revista Magnum
Noviembre 2005
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