LA IDEOLOGÍA DEL CINISMO

“Un cínico es  alguien que sabe

 el precio de todo y  el valor de nada.”  OSCAR WILDE

 

Después de más de dos mil quinientos años de filosofar y debatir diferentes cosmovisiones parece que hemos llegado al final del camino: ya no se polemiza sobre cuál es la causa principal del rumbo de la historia. Estamos por vez primera frente a una “visión del mundo” generalizada e indiscutida. Finalmente, después de tanta oposición al materialismo histórico, a su pretensión de imponer por la fuerza el comunismo, después de su fracaso certificado, resulta que Marx tenía razón: la Economía es el motor de la historia; en todo caso, su teoría es errónea por otros motivos.

         Varias e ingeniosas fueron las explicaciones que los filósofos de la historia ensayaron. Se plantearon hipótesis más o menos consistentes – algunos de un modo muy dogmático – acerca de la naturaleza del impulso del acaecer de la humanidad: Bertrand Russell ensayó, casi jugando, en “El poder en los hombres y en los pueblos” con el pretexto de la voluntad de poder, como antes Nietzsche en filosofía y Adler desde la psicología; el propio creador del psicoanálisis centró en el sexo la explicación de la conducta humana; Carlyle exaltando el culto al  héroe imaginaba la promoción  del destino de la humanidad “in tuito personae”, que sería la teoría del liderazgo; y así . . .

Pitágoras y Platón, con mucha ingenuidad, propiciaban que los gobernantes fueran filósofos. Desde hace siglos al país más fuerte de la tierra lo han gobernado los abogados. La  Iglesia y su permanencia como institución desde mucho antes, también  es el resultado de astucias más propias de abogado que del vicario de Cristo; no obstante,  pareciera que últimamente lo mejor sería que fueran contadores.

         Pues si. Hoy todo adquiere consistencia explicado únicamente por las leyes del mercado.

El resultado es que la Economía preside el «ranking» y superó hasta a la epistemología. De ser una de las ciencias del hombre pasó a ser la madre de la historia. En tal caso, aunque se encrespen contrariados los autodenominados liberales, conductores de las economías del mundo, Marx tendría razón.

         Desde que se protocolizara apresuradamente el fin de la historia, y con ello el fin de las ideologías, una de ellas predomina. Tras la máscara de una supuesta imparcialidad, la de no pertenecer a ningún bando, la economía nos descifra el mundo; es una nueva cosmovisión, aunque  de vuelo gallináceo. Montada a caballo de la victoria definitiva de la objetividad, repasa el globo terráqueo con una mirada displicente e inapelable. Mientras condena a la Política a recluirse tímidamente a un sitio irrisorio y carente de sentido puesto que está fuera del mercado. ¿Acaso no está demostrado para todos los tiempos que el motor de la historia es la economía?

         De ser así, los extremos han vuelto a tocarse: el capitalismo y el comunismo han concluido por imponer lo común de sus tesis: el determinismo histórico de la materia por sobre las ideas; un capítulo de la economía, el mercado, sustituyó a la filosofía de la historia.  La política se transformó en “marketing”; la eficiencia de los legisladores se mide a cuánto la ley;  la medicina se confunde con la hotelería de los hospitales y los médicos  especulan si prolongar la vida no es deficitario; los constitucionalistas elaboran encuestas para la adopción de un nuevo instituto; los docentes enfatizan sus progresos en la nueva denominación de sus materias tradicionales, mientras se olvidan de distinguir entre información y cultura. ¡A ver si Sarmiento iba a convocar a una audiencia pública o a una consulta popular antes de disponer que la escuela fuera obligatoria, universal y gratuita!

         Para los que aspiramos a un liberalismo serio todo esto no es más que una perversa simplificación;  audaz simpleza, con la osadía que presta la ignorancia. ¿Y los valores?, o como dice el tango: “El verdadero amor se ahogó en la sopa, la panza es reina y el dinero es Dios.”  Parecía una dramática exageración, resultó una  profecía cumplida.

         Aparentemente las instituciones hoy sólo se justifican empresarialmente. El dinero siempre fue necesario, como un medio para el logro de las metas propuestas en cada caso. De ninguno de nuestros padres fundadores puede colegirse que pensara la educación (la escuela) o la salud (el hospital) como una empresa principalmente económica.

         Una escala de valores, aparte del precio de todo, es indispensable para establecer las prioridades de un gobierno. Esa es la llave para desenmascarar la apariencia de verdad sombría, escondida tras la actual expectativa; tramposa apuesta de los sueños de la humanidad, a la fría y seca “sabiduría” de las leyes del mercado.

          Un amigo, con estudios universitarios en ingeniería, me develó esta clave, cuando extremó su adhesión a la economización de la política, diciéndome “La economía es matemáticas”. Al intentar refutarlo, basándome en que eso era reducir una ciencia humana a una ciencia dura, me imputó un pensamiento utópico.

Insistiendo, sólo me remitiré a la definición de la Ciencia Económica: ¿Cómo atender muchas necesidades con pocos recursos? Revisando la Historia, el banco de prueba que tienen las ciencias “blandas”, adviértese los intentos de la humanidad por resolver esa insuficiencia; hace tiempo que la economía se hubiera quedado sin problemática si se redujera a repartir lo que hay aritméticamente.

 

Los Andes

05-2000

 

                                                    


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