ESOTERISMO PITAGORICO Y CONOCIMIENTO CIENTÍFICO

 

LOS PITAGORICOS Y LO GNOSEOLOGICO. BELLEZA. MITOS Y RITUALES, SU INFLUENCIA EN EL PENSAMIENTO ESOTERICO.

                                            EMPIRIA: Conocimiento por los sentidos

                                            CIENCIA: Razón y Experiencia; Tesis y  comprobación

                                            FILOSOFIA: Sabiduría

                                            ARTE: Belleza singular; deleite y peligro.

                                            METAFISICA: La certidumbre provisional.

 

LOS PITAGÓRICOS

                       

                  Reivindicación de la primacía de los Sentidos y la Razón.

                                                      

LA SEDUCCION DE LO ESOTÉRICO 

“El mundo encantado y quimérico del mito y la magia que es una etapa histórica necesaria en la formación del conocimiento de los pueblos primitivos, y también en la etapa infantil de la formación psicológica del hombre individual, y que puede ser una fuente de inspiración para el arte y la literatura, resulta peligroso en cambio cuando se lo quiere reinstalar en la vida cotidiana de los tiempos modernos y es perverso cuando se lo usa como instrumento político. (En  “El retorno del esoterismo” ESCRITOS SOBRE ESCRITOS, CIUDADES SOBRE CIUDADES.  Paga. 206, Buenos Aires, junio   1997, Sudamericana. Juan  J. SEBRELI).

 

            El conocimiento esotérico es – y ha sido siempre- el celoso dominio de aquella mínima porción de la humanidad  que fuera iniciada como perteneciente a alguna de las sociedades secretas dispersas por todo el planeta en las distintas épocas de la historia. La condición secreta, consanguíneamente selecta, de esos individuos  “iniciados”  embarga a cada miembro del grupo de un sentimiento satisfactoriamente elitista.

La voluntaria auto-segregación, constituida en emblema o florilegio orgulloso, se hace más palpable cuando aquella pertenencia se retro-alimenta. Esto acontece cada vez que un grupo esotérico construye y practica algunas maneras o ritos propios; los ritos constituyen formalidades que impresionan a los sentidos. Tienen valor y son apreciados como consecuencia directa de la cualidad sensible de la naturaleza humana. Sobre esta cualidad esencial del hombre y de sus potenciales bondades y perversiones, trata este escrito.

 

RITO Y SECRETO

                                    El Rito: Una herramienta.

                                    El Secreto: Una necesidad.

            Los ritos nos sirven para impresionar nuestros sentidos: los gestos y ademanes  cautivan nuestra vista deslumbrándonos espectacularmente con las formas y colores; la  retórica percute los oídos con ritmo dramático y convincente; la música sublima y embriaga; los aromas adhieren a la  íntima memoria. Todo jerarquiza el trabajo del iniciado (el incienso), solemnizando hasta lo inolvidable las vivencias dentro de los ámbitos de tarea.

            Pero los ritos son medios, no fines. Cuando sus símbolos son objeto de adoración, se cae en una suerte de religión de segundo grado o degradada; remedo de la superstición. Por lo demás,  exagerar los ritos es solemnizar lo nimio, magnificar lo secundario. 

            El secreto ritual sirve para distinguir al miembro del que no lo es. Por ejemplo, en el caso de la Masonería (por tomar la institución más famosa de las que alardean su librepensamiento), donde los arcanos de la simbología iniciática –  “in crescendo” a cada grado superior – constituiría una gradualidad en el acceso al conocimiento;  también sirve para reconocer el grado al que pertenece el miembro. Pero la pretensión de resultar privilegiado, únicamente por ser diferenciado, resulta infantil. Y desafía los fines de la institución, como sociedad esotérica.

            La circunstancia que justifica el secreto, abstrayéndonos del pecado de la vanidad por pertenecer a una elite, tiene base en la necesecidad defensiva de supervivencia contra intolerancias y el fanatismos, eventualmente de consecuencias dañosas, si no fatales, ante la infidencia.  Por no hablar de la pérdida de  la superioridad de ser ignorado como competidor desde las sombras del incógnito; que, además, hace al invisible más difícil de combatir.

La posibilidad siempre probable de un futuro con retrocesos a peldaños inferiores a los grados actuales de tolerancia de ideas, justifica el secreto como medida precautoria. El presente  progreso moral de la  sociedad constituye una conquista voluble y provisional. Recuérdese el “corsi e ricorsi” del filósofo VICCO.  Por ello, en las sociedades esotéricas, el secreto como deber constituye  una cuestión de supervivencia.

 

OCULTISMO Y RAZON.  SIMBOLISMO Y  MITO.

Sabido es que el ocultismo, como vía de acceso al conocimiento a través de revelaciones místicas y rituales aferradas a un simbolismo de dogmática interpretación,  posibilita muchas interpretaciones.

            Cabe interrogarse acerca de la sensatez del simbolismo, como del propio ocultismo en que a menudo deriva lo simbólico. V.G.: En la masonería, un aprendiz debe todo razonarlo con tres posibilidades: Tres herramientas, tres alternativas,  tres pasos, etc. (La ineludible trilogía  también está en el rito de la Iglesia Católica: V.G. Divina trinidad, tres veces amén, Etc.) Aquello en personalidades inseguras, no autosuficientes, generan una suerte de convicción análoga a la fe. Peligrosamente cerca de la irracionalidad y el fanatismo. 

Embriagar  de optimismo a los aprendices con el  entusiasmo  de que los ritos le facilitarán acceso al conocimiento por otra vía que por la razón equivale a  legitimar lo irracional.  Lo que implica que el simbolismo, peculiaridad típica de la Masonería, a pesar de ser un método de razonamiento, en el caso de los espíritus frágiles, temerosos de la incertidumbre, necesitados de las muletas usuales de la ideología) conduce a las antípodas del ideal masónico.

            El conocimiento racional, cuando se plasma en ritos, se vale de la simbología ineludiblemente. Los símbolos impresionan a los sentidos. Estos, sin una fiscalización escrutadora de la razón, nos aproximan  al precipicio de lo Mítico. Abismo siempre hambriento que con sus cantos de sirena fascina y llama a deslizarse hacia la casi erótica fisura, por lo atrayente, del “ocultismo”; emboscado en la naturaleza  ancestral de todos los hombres. 

            Es natural deducir que el hombre, sobre el plano inclinado seductor de una religión laica, confiado en las muletas mencionadas, pudiera sufrir los mismos deslices. En terrenos resbalosos, recaídas seguras, como en las  religiones: dogmatismo, fanatismo, intolerancia.

La propensión ocultista es atajo atrayente emboscado en la naturaleza del hombre. Y tiene conexión con la índole esencialmente instintiva (biológica) para relacionarse con la realidad. Y, a partir de ahí, para adoptar  sus más íntimas convicciones: Su escala de valores y su personal forma de ver el mundo.

            Lo dicho es  más que suficiente para que,  partiendo de LOS PITAGORICOS – por la ubicación de los mismos en la perspectiva de las Ordenes esotéricas –  tenga una estrategia que,  respetando a  quienes prefieren la intuición al análisis, o  que son muy estrictos y  respetuosos del simbolismo, me permita volcar algunas reflexiones íntimas – un poco insolentes- sobre la acreditada escuela del Viejo Geómetra. Hombre ilustre, pero con algún corolario no tan digno de veneración

A tenor de la tendencia a incurrir en las modas de la «intelligentzia» cabe destacar los peligros que corre la humanidad de retroceder,  desde la apariencia de un racionalismo instalado definitivamente, a una religiosidad sincrética o una peligrosa mitología. Y no solo del hombre común. Hay personas con estudios universitarios que bañándose en simbologías – hasta astrológicas -,  desembocan  en un  sincretismo de teologías banales.

            ¿Quien puede descartar que hasta en las logias más racionales, a veces en andas de una vaga teosofía, se cuele  el dogma y la intolerancia?  Sería un caso lamentable para quienes únicamente le dan legitimidad al uso de la Razón, como  llave de  acceso al conocimiento.

Aceptar lo contrario es darle cabida, en la epistemología, al orientalismo; al que temía tanto Aristóteles,  cuando a Alejandro Magno  lo prevenía de sus lujos embriagantes; ajenos al espíritu occidental.  Se infectaría de irracionalismo al espíritu jónico, singularmente y originariamente independizado de los mitos; tan cuidadoso de la objetividad, que diera lugar a la ciencia por primera vez en la historia de la humanidad.  

            La preocupación viene a cuento porque, con la coartada de un ritual, puede dibujarse mitos, pretendiendo su legitimación. Enmascarando nuevas formas de autoritarismo intelectual; con su secuela obligada de intolerancia respecto de los que no compartan el sentido de esos rituales. La eventualidad de un vicio como el descripto  pondría a muchos fugitivos de dogmas y de  iglesias, alevosamente, dentro de un nuevo brete del pensamiento, con andariveles divergentes del librepensamiento. Esto, por lo de mítico e irracional que se agazapa en la idiosincrasia del hombre. Cualidades atávicas que aún lo acompañan en el siglo XXI. Y que seguramente anidará en el hombre largamente.

Todo un tema, merecedor de reflexiones exclusivas, para ahondar la explicación de sus raíces,  alcances, necesidad, e inclusive sentido y justificación. Porque también es cierto que con el racionalismo extremo no alcanza: aún con la difusión aparentemente consolidada del pensamiento racional, por efecto del predominio de las formas occidentales y la globalización, subyace muy visceralmente arraigado el  Pensamiento Mítico.

            Adviértase que la razón, como instrumento legítimo del acceso al conocimiento, se ha hecho presente de manera predominante, sólo últimamente. A lo largo de la vida del “homo sapiens”, desde su prehistoria dilatada hasta su corta historia, únicamente en el lapso  final y entrecortadamente, aceptó los métodos racionales como caminos de acceso al conocimiento. La libertad de pensamiento, esa pretensión de objetividad nacida de la independencia de los parámetros de “autoridad”, que imponen las distintas religiones, es un criterio privativo de este siglo. Constante puja en la que la verdad numerosas veces sale maltrecha.

 

LOS HECHOS SOCIALES, VALORES DADOS.

            Corresponde aquí una breve incursión por otros senderos adyacentes al camino hacia la verdad, siempre plena de acechos, esta vez no atribuibles a las religiones, sino al predominio del carácter inconsciente e impositivo de las costumbres. Las costumbres impuestas tienen su génesis en lo que sociológicamente denominaba DURKHEIM: “el Hecho Social”, una cuestión no tan exclusivamente humana, como creía  NIETZCHE cuando a esas conductas las tachaba de “demasiado humanas”. Hoy la investigación de los animales gregarios (los lobos, ejemplo equívoco de nuestras antípodas) evidencia cuánto de animal tiene cada una de las características de nuestra  humanidad: gregarios, jerárquicos, agresivos y solidarios; presuntamente monopolio del Hombre.

            Los denominados hechos sociales, son criterios de valoración que crea la sociedad  que, una vez hechos propios individualmente,  cada uno de los miembros de la misma los asume como decisiones propias e independientes; resultando aparentemente meras auto imposiciones. Todo un bagaje de  gravámenes ideológicos impuestos por la sociedad a la que se pertenece, así los  “hechos sociales”  constituyen literalmente prejuicios, no decisiones conscientes. Aunque librando su propio forcejeo con el libre arbitrio y la libre valoración, se le representa al individuo como apreciación propia y espontánea. Para colmo – aunque cambie la circunstancia que le diera motivo – continúa inercialmente por un tiempo rigiendo a los individuos. Aclaro que al referirme al “hecho social”, me atengo a la definición de Durkeheim: “los modos de pensar, sentir y actuar que son creados e impuestos  por una sociedad a cada uno de los individuos que la componen y que, una vez internalizados como valores propios, presiden los actos de estos individuos, como si estuvieran constituidos y adoptados por su propia decisión.”

            Los hechos sociales nacen justificados por circunstancias que originariamente los hacen beneficiosos para el orden social. Pero, una vez instalados, aunque cesare la necesidad que les diera motivo y justificación, (V.G.: el hecho social de la virginidad) prosiguen algún tiempo en su empeño, a esas alturas ya insensato. Llegando a influir en las relaciones interpersonales de  quienes los tienen internalizados de una manera profunda. Provocando angustias, desencuentros y  un comportamiento distinto al deseable.

            De manera, entonces, que lo mítico o irracional no pertenece únicamente al imperio de las religiones, sino también de lo sociológico;  incluido las “modas”, en el más amplio de los sentidos, y en su específico significado sociológico de  hechos sociales.

 

LOS MODOS DEL PENSAR Y DEL SENTIR.

O,  cómo debe razonarse las adhesiones que nos provocan las sensaciones.-

            Lo mismo debe avisarse del peligro de las formas maravillosas de los nuevos avances y difusión de la tecnología de comunicación, que últimamente tienden a sustituir y a alejar al conocimiento del hombre de las formas características tradicionales del intelecto.

            Conocida por todos es  la difusión del libro del pensador italiano GIOVANNI SARTORI,  hoy “best-seller”, EL HOMO VIDENS. (Sintéticamente, el intelectual italiano sostiene que la masificación y preponderancia de la televisión conspira contra el pensamiento abstracto, por el carácter preponderante de la imagen como herramienta de comunicación.) Argumenta que el pensamiento conceptual abstracto no puede ser trasmitido con precisión únicamente con imágenes. 

            Pienso que la herramienta más idónea del pensamiento está constituida por las palabras. Símbolos, a su vez cargados de significado,  para la expresión de las maneras de pensar y de sentir del hombre. Primordial y también indispensablemente. Las palabras, y pocos mecanismos más de intelección de la realidad son requeridos y aceptados como legítimos; un ejemplo de estas excepciones sería el lenguaje matemático (que para su objeto resulta insustituible por el lenguaje normal). La Matemática, inseparable de su lenguaje, inapelablemente racional debe tenerse por un capítulo de la lógica. Pero habrá de aceptarse que es un  idioma en si misma, paralelo  a las palabras de la lengua ordinaria de la filosofía.

            La advertencia de los riesgos emanada de la tecnología no reside en las matemáticas, sino en la multiplicidad de lenguajes tecnológicos ideados por la modernidad. Sobre todo a partir de mitad del siglo XX.

A la parafernalia tecnológica de la modernidad debe dársele la bienvenida, pero cuidando que no sustituya a la palabra, entendida ésta última  como discurso, sistemática herramienta de discusión racional.

            La utilización de medios audiovisuales, típicos de la propaganda y de la publicidad, son herramientas válidas para el entretenimiento. Puede decirse que como instrumentos de comunicación son aún más eficaces que la palabra, por lo menos en cuanto a su fuerza persuasiva. Aunque no sean legítimos utensilios para sustituir al discurso en su potencial de precisión conceptual racional. El LOGOS es fundamentalmente el discurso, porque las palabras, sus significantes, implican el pensamiento. No es verdad que haya pensamiento estructurado y de alcance profundo sin discurso, sin lenguaje. O que la forma de comunicación audiovisual tenga la misma propiedad y certeza conceptual que el discurso y debate mediante el idioma de la palabra. Quien quiera pensar bien estará obligado a aprender a hablar o a escribir bien.  A pesar de que a veces se lo pretenda descalificar con la adjetivación de “retórica”; sin hacer la distinción de que la retórica, cuando se la utiliza con sentido peyorativo, es únicamente aquella parte del discurso que se queda en la pura forma y circunloquio verbal. 

            Incluso tiene más aplicación específica para la palabra oral que para la escrita; porque la palabra escrita, cuando “incurre” en retórica, es tan visiblemente vacua que pierde el efecto buscado. La retórica es eficaz cuando es dicha y escuchada, porque va acompañada de los gestos  y de los énfasis en el tono del orador. Pero escrita aburre, distrae y no convence. 

            Además la palabra escrita es más vulnerable a la refutación, obligando a  elemental coherencia. Se expone a la evidencia de sus eventuales incongruencias.

            Es cierto que algunos sentimientos se trasmiten, logrando reproducirse en el receptor cuando se emiten por medio de lenguajes audiovisuales. Simplemente apela a los sentidos directamente, con una mayor eficacia y hasta con una fidelidad más precisa que con la utilización de la palabra oral o escrita. Pero, aunque haya otros lenguajes que no utilizan las palabras, como es el lenguaje del cine, por ejemplo, que puede decir muchas cosas con mayor eficacia, hay que decir que los mismos participan de la lógica de manera tangencial. Porque entran en al conocimiento directamente por los sentidos, creando en él una suerte de impresiones que suelen  devenir en apreciaciones cognocitivas. Las que asimiladas sin la fiscalización suspicaz de la razón, pueden magnificarse y aparecer como conocimiento intuitivo. Que no se dirige al espíritu (a la inteligencia), sino que apunta y clava su arpón, a veces  de oro y otras de escoria, en el corazón (el alma). Porque ésta última siempre ha estado  más colindante y afín con  los sentidos.

            Lo grave es que éste método irracional instala con más firmeza la adhesión al mensaje que la razón con sus argumentos: Es más fácil que uno muera por una pasión que por un concepto. Además morir por defender la existencia de un concepto (cuando no contiene nada axiológico) sería un despropósito. Nadie le reprocha a GALILEO su desdecirse. En todo caso a los que lo amenazaban sí les iba en ello una cuestión disvaliosa.

            Pero, aunque todos “intelectualmente” sabemos que porque alguien muera por una idea, esta no es más verdadera, también “sentimos” que el heroísmo implícito en esa inmolación, produce una adhesión mayor y más irrefutable que el mejor de los razonamientos.

            Se imprime, graba e impresiona así en el alma, los mensajes hasta subliminalmente. Aunque esos mensajes esquiven, justamente por eso, la posibilidad de la ponderación y criterio de  un filtro lógico.

            Precisamente esa cualidad de alevosa infiltración en el sentimiento y las estructuras valorativas de la personalidad,  expuesta ingenuamente al  bombardeo de audiovisuales, es la que ha caracterizado al siglo XX. Y constituye la génesis de sus manifestaciones más trágicas por el estrago que acarrearon a la civilización.

            La ideología nazi-fascista fue quien primero y mejor supo utilizar esa vulnerabilidad especial que tiene el Hombre frente al “flash” enceguecedor e inapelable del “slogan”, o de la idea fuerza repetida hasta el hartazgo; e inclusive del poder  convincente de la belleza (¡Qué tema!), independientemente de la verdad del mensaje que porta.

            Porque  es más convincente una parábola o una metáfora que un razonamiento. Es clásico el poder convincente que tiene la admiración para introducir una idea (mi anterior trabajo sobre la belleza y el logos). Como ejemplo paradigmático del poder convincente de la belleza por sobre la razón está la fuerza persuasiva de quien muere por una idea.

            Es el caso de la metáfora vital del héroe. Si admiro la valentía y veo a alguien llegar al extremo de ese valor, dando hasta la vida por una idea, pues esa idea debe ser verdadera y buena. Y, aunque en buena lógica es una clara  falsedad, ¿Quién no se siente atraído y empujado por arengas de esa índole?  Aunque nadie sabe mejor que los psicólogos que los actos heroicos, implicantes de una inmolación real, suelen ser típicos de quien padece de un miedo pánico a la cobardía.

Y, en el terreno del discurso, no de los hechos,  tampoco es verdad que sea más cierto lo que se dice con la potencialidad persuasiva del orador o del poeta, que lo que se trasmite  principalmente con el razonamiento elaborado y sometido a las reglas de la lógica, y de la experimentación. Aunque esto último sea, hasta para el más entrenado, casi siempre aburrido. Por eso es tan cierto que una imagen vale (para persuadir) por cien palabras.

Advertido esto por Nietzsche, decía con su énfasis fascinante: “Digan lo que digan los espíritus grandes son escépticos.” “La dependencia patológica de su óptica hace del hombre convencido un fanático – Savonarola, Lutero, Rousseau, Robespierre, Saint Simón -, el tipo opuesto del espíritu fuerte y libre. Pero los grandes gestos de estos espíritus enfermos, de estos epilépticos del concepto, impresionan a la masa; los fanáticos son pintorescos y la mayoría prefiere ver actores y gestos, que oír argumentos.” (El Ocaso de los Idolos, Nietzsche,  Pag. 495. Aguilar, Bs.As. 1997). Nada mas cierto.

Lo paradójico es que lo diga Nietzsche, que siempre persuadió más con su literatura que con su lógica. Creo que porque fundamentalmente es un gran escritor; un artista innato antes y mejor que un filósofo. Apuntaba a persuadir con el recurso de las imágenes, con el impacto de su hechizo literario, que contiene intuiciones geniales de la psicología humana. Bien decía: “Yo puedo decir en una frase lo que otros no dicen en cien libros.” Porque aunque sus afirmaciones no siempre son racionales, fueron enormemente vitales y ciertas existencialmente. Nunca su pretensión se limitó a lo lógico. Por eso trató mal a Kant y se enfadaba con lo sistemático: “La voluntad de sistema es una falta de honestidad.”, decía. Y, por eso también pudo ser malversado y utilizado perversamente por la Ideología Nazi, como respaldo para sus tesis; que nunca fueron precisamente racionales.

                                  

LA ESCUELA DE PITAGORAS

Para el siglo VI antes de Cristo, Zoroastro medraba en Persia,  Confucio en China y – simultánea y  sugestivamente (¡Qué poder el de las analogías!)- también Pitágoras en la magna Grecia.

En la isla de Samos dentro de una cueva del monte Kerkis vivió un tiempo ese filósofo que, junto a sus discípulos propuso la tesis,  protocolizada por los notarios de la historia como de su propiedad: el teorema de Pitágoras. La admiración por el método matemático de deducción les hizo a los pitagóricos creer que el desarrollo de ese método era suficiente para deducir las leyes de la naturaleza. Pitágoras fue el primero que propuso llamarle Cosmos al universo, por lo armonioso que le parecía en su orden implícito. En eso se apartaba, para explicar las leyes de la naturaleza, de un camino distinto, propuesto por la mayoría de los jonios coetáneos: El de la observación y la experimentación, con la simultánea explicación matemática, cuando se pudiera. Más,  siempre con la condición “sin equa non” de inter-relación  probatoria corroborante.

            Como prueba de que lo mítico y mágico es un peligro permanente que mordisquea, con atrayente escozor, los talones de cualquier caminante ¿Qué mejor que Pitágoras? 

Un matemático excepcional que culminó constituyendo un grupo esotérico. Una secta que, deslumbrada por la pura belleza del razonamiento, abjuró de la realidad observable. Que, embelesada por la delectación de la demostración matemática, no quiso ver el mundo de la realidad cuando parecía desordenado, por aparecer como impuro.  Los Pitagóricos dejaron establecido para sus seguidores que los sólidos perfectos son cinco. Y, pontificando que el círculo, por ser la figura perfecta, determinaba la única forma posible para el  recorrido de los astros (junto a la sacralización del  número siete) demoró mil ochocientos años la explicación del sistema solar. Hasta  que Kepler, a pesar de su educación pitagórica y su tradición cristiano-platónica, gracias a la pertinacia de las observaciones, luego de treinta años de obcecados cálculos pudo concluirlos exitosamente. Porque entendió que la realidad observable mandaba sobre sus prejuicios. E hizo valer sus cálculos matemáticos cambiando las premisas. Fue la primera vez que se describió el sistema solar con explicaciones matemáticas comprobables. El sistema solar tenía más de siete planetas y sus trayectorias eran elípticas. Aunque fuera más “poético”, más bello, que se tratara de círculos perfectos.

            Aquel empecinamiento dogmático y místico llevó a que se abandonara el precioso patrimonio jónico, de una tradición científica envidiable que solamente volvería a reiterarse y extenderse dos mil años después, con el Renacimiento.

Esa adicción, a la belleza y lo armónico, consanguínea de lo mítico, y la analogía matemática  apartó a la humanidad del camino racional. La música celestial – las siete notas- del movimiento de los astros, supuestamente en círculos, y otras deducciones no corroboradas por la observación y la experiencia, respectivamente). Platón culminó este desvarío provisorio pero luctuoso para el conocimiento humano, con su hipótesis del mito de la caverna. Supuso que el mundo verdadero no es éste, sino el de las ideas. Y que éste, tan “imperfecto”, resulta ser sólo un reflejo de sombras al fondo de esa caverna en que los hombres se hallan, de espaldas a la entrada de la luz.

El desvío descrito actuó como un  estigma de  contradicción incompatible con  la razón – estimulada por estos matemáticos, devenidos místicos -, e  hizo que se abandonara la experimentación. Los sabios  especularon, pero sin comprobar con la observación, sus teorías. Dejaron de lado la hipótesis, tan natural como antigua y sugestiva, de pensar que los humanos eran unos animales superiores. El pensamiento jónico típicamente  prefiguró a Darwin, considerando a los monos afines por tener manos. En sus «Sátiras»  Horacio, muy de costado, sin darle importancia y como supuesto indiscutido, tenía a los hombres por descendientes de los monos.

Los Pitagóricos se propusieron dividir la materia del espíritu. Habrían hallado así, sin la impureza de lo material, los entes ideales. Otra paradoja: Este mundo, así, resultaba “inmundo”. ¿Qué  alejados estaban esos pitagóricos del pensamiento griego, que  denominaba Cosmos al mundo por definirlo “ordenado” y “armonioso”? Dicen que Pitágoras recomendó quemar los también conjeturales setenta y tres libros de Demócrito, porque éste no creía en el alma inmortal; y porque era un materialista que no concebía trasmundos y sí la existencia de infinitos otros mundos, todos compuestos por átomos. Solamente conocemos escasos fragmentos de  la obra de Demócrito, que no compartía el misticismo pitagórico; porque que no creía en la separación del cuerpo  y del alma.  Igual destino sufrieron casi todos los escritos de los demás jonios inscriptos en la tradición científica experimental, debido al dogmatismo elitista de los místicos sobrevinientes. (Ver COSMOS de  Carl Sagan).

Adviértase el peligroso autoritarismo que – como el huevo de la serpiente- anida en lo mítico y místico, como método de búsqueda de la verdad. Lo que me hace desconfiar del orgulloso origen presunto de los comienzos de la masonería fundada en los pitagórico; tanto por su verosimilitud como en la legitimidad de su jactancia.

En todo caso habrá que quedarse con solamente la simbología de los pitagóricos y confiar el rumbo únicamente en la brújula de la razón, la observación y  los valores de  solidaridad e igualdad; igualdad presidida con el criterio valorativo de justicia.

Aunque estemos a la “orilla del océano cósmico” (SAGAN, “Cosmos” Pag. 5, Editorial Planeta, Junio 1992), y no en el centro del universo como pretendían los pitagóricos y los platónicos (prefigurados cristianos), nuestro orgullo es poder hacernos la interrogación definitiva que conlleva todo este conocimiento del Cosmos: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos?

            Es innegable la aspiración de trascendencia. Pero, más hasta ahora, salvo mediante la fe, no resulta razonable defender la esperanza de trascender ésta vida; excepto a través de la continuidad genética de mis descendientes, o de la improbable posibilidad de perdurar en el recuerdo de la humanidad reservado a los que entran en la Historia Humana. Aún así, un pestañeo en la historia cósmica. Sólo cobijo  la ilusión, más probable, de que se me recuerde por apenas una generación más; la de mis hijos,  por el afecto que haya despertado y la ecuanimidad que haya prodigado. Agradeciéndome que haya intentado ser un hombre de pensamiento libre.

 

DIOS Y LA CIENCIA

                          El divulgador científico y escritor de ciencia ficción ISAAC ASIMOV en su capítulo, El secreto del universo, del libro del mismo nombre, hace alusión a su repudio por las paradojas, reduciéndolas a un tema semántico.  Refiere su horror a suponer un  universo incoherente. Con lo que recuerda la famosa frase de Einstein en idéntico sentido: “Dios no puede estar jugando a los dados con el universo” pronunciada cuando advirtió que su Teoría de la Relatividad General, como explicativa de las leyes de la naturaleza, resultaba incompatible con el principio de incertidumbre de Heisenberg; que en  la dimensión sub-atómica del universo describe un grado de azar irreductible y en consecuencia un límite a la predicción en el terreno de la mecánica cuántica.

            Esta necesidad de acudir a la utilización de dos  teorías alternativas para explicar con la Teoría de la Relatividad, la estructura a gran escala del universo, o el mundo sub-atómico mediante la mecánica cuántica y su secuela: El principio de incertidumbre, obliga a quienes insisten en la necesaria coherencia del universo a la investigación y búsqueda de una única Teoría Unificada.

            En los últimos tiempos la tregua de la disputa entre la Religión y la Ciencia como explicaciones del fenómeno universal (la respuesta a la pregunta esencial de quiénes somos), que habían pactado pertenecer a territorios de distintas dimensiones y por lo tanto sin fronteras aledañas conquistables, han vuelto a ser motivo de mutuas infiltraciones. Cuando se vislumbró en el 1929 que, apuntando el telescopio para cualquier lado, siempre todo se alejaba de nosotros, luego de la consiguiente indigestión de los astrónomos, hubo una lenta metabolización de la idea por los astrónomos.  Y, se arribó a la conclusión de que, si las galaxias se estaban separando, sería porque en el pasado hubieron de estar juntas. De consecuencia en consecuencia, debió haber un momento en que el Todo estuvo concentrado en un punto infinitesimal.

           

                       

 

EL PAPEL DE DIOS EN LA CREACIÓN

“Las últimas fórmulas de HAKWKING dejan a Dios

Sin tarea en la creación”.

Atendiendo a la premisa básica de la ciencia, que  tiene a toda teoría como “provisional”, cabe pensar que Dios existe o que no existe. En cualquiera de los casos siempre fue incomprobable. Es cuestión de fe. Respetable en ambos casos: Se tenga o no. La propia religión Católica  estima que la fe es una gracia otorgada (o escatimada) por el Creador.

            Pero lo que diferencia a un librepensador, es que ya prevé  las respuestas a sus inquisiciones como meros pasos, mínimas aproximaciones a la verdad absoluta y, por anticipado, admite que serán verdades provisorias sujetas a exploraciones e investigaciones por venir. Todo lo cual no impide que conduzca su curiosidad de detective cósmico, en el infinito buscar explicaciones a los misterios del mundo, de la vida, del amor y de la muerte, lo haga con un sano escepticismo y una curiosidad sin reticencias. Es que, aunque hoy sabemos mucho más que ayer, también estamos seguros de que mañana sabremos mucho más que hoy. Pero aceptando que, con las herramientas intelectuales disponibles, difícilmente tendremos las respuestas definitivas  totales.            

Stephen Hawking, en su Breve historia del tiempo – comentando la audiencia personal que tuvo con el Papa, en un congreso de cosmología, dice: “Nos dijo que estaba bien estudiar la evolución del universo después del Big Bang, pero que no debíamos indagar en el Big Bang mismo, porque se trataba del momento de la Creación, y por lo tanto de la obra de Dios.” Y que (como acababa de dar una conferencia donde teorizaba sobre la hipótesis de que el espacio-tiempo fuese finito, pero no tuviera frontera, y eso implicaría que no hubo ningún principio, ningún momento de la Creación)  se había despedido del Sumo Pontífice sin comentario al respecto. Ya que no tenía ningún deseo de compartir el destino de Galileo.

           

                        LA CIENCIA, LOS SENTIDOS, DIOS.

            Si el conocimiento lo vamos a confiar a la razón y sus comprobaciones observables, si advertimos leyes físicas y matemáticas, que le dan coherencia a las explicaciones maravillosas con que hoy contamos y modestas para los que vengan después de nosotros, el lugar de existencia posible  que le cabe al gran arquitecto (La providencia) será, seguramente, como dijo el físico británico Asimov en “¿Estamos solos?”: “Para mí Dios es el fundamento racional sobre el que se erige la realidad física; el garante de la legalidad de la naturaleza.” Todo lo demás es gnosticismo.

No creo que Dios, si existe, sea alguien preocupado por mi particular y modestísimo destino; menos aún en lo que a felicidad, sentimientos y destino final se refiere. Tampoco que le preocupe mi culto o adoración personal. En eso soy agnóstico


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