Fiscalía de Estado requirió al intendente de Lavalle documentación probatoria de la existencia de la comunidad Huarpe en ese Departamento de Mendoza. El intendente dice que solo conoce varias cooperativas que dicen ser del pueblo Huarpe. Un Juez lo emplazó a entregar dicha documentación bajo apercibimiento de procesarlo. Pareciera que, como dice el intendente, la documentación requerida no existe.
El ambicioso proyecto de expropiar casi todo el Departamento de Lavalle y parte del de Santa Rosa, para transferirlo en dominio a la Comunidad indígena nativa de los departamentos aludidos, busca devolverles sus tierras a los Huarpes.
Al noble intento le pesan lastres, estorbándolo hasta el anclaje:
Porque, primero, la expropiación perjudicaría hasta aquellos descendientes de huarpes que sean propietarios debidamente inscriptos; aunque no sean la mayoría resultaría injusto que los que más adaptados pierdan su dominio. ¿Fueron preguntados si quieren dejar de ser propietarios individuales para ser comunitarios? ¿Sabrán que sus hijos no heredarán su propiedad actual?
Segundo, la ascendencia indígena no es fácil determinarla; aún vislumbrándola en pocos casos por características físicas y algún apellido indígena. Las numerosas cooperativas que representarían la etnia, difícilmente unificarán personería; tan dividida que deja predecir una posesión conflictiva del territorio puesto a su nombre.
Tercero, cabe preguntarse: Si los Huarpes no tenían escritura, y además sabemos que su lengua desapareció hace doscientos años, ¿Existe todavía la etnia Huarpe? ¿Cómo individualizar su tradición oral?
Cuarto, los elementos que recoja quien pretenda ser Huarpe únicamente serán aplicables sólo parcialmente a los habitantes de Lavalle; que, con huarpes y todo, son muy pocos.
Quinto, lo rescatado como “cultura Huarpe” está “infiltrado y contaminado” de sincretismo; mezcla de leyendas, mitos vagamente indigenistas, con una tradición religiosa enredadamente entramada de sanadores, talismanes, chamanes junto a un catolicismo rudimentario. Sin llegar al eclecticismo, contiene elementos religiosos indiferenciados y heterogeneos. Un verdadero Sincretismo. Humberto Eco dijo en CINCO ESCRITOS MORALES: “Ninguna forma de sincretismo puede aceptar el pensamiento crítico. El espíritu crítico opera distinciones, y distinguir es señal de modernidad.” [1][1]
Sexto, es un deseo diluido por la prescripción. Porque el retorno temporal exige mucha premura. En cinco siglos se perdieron y adquirieron derechos definitivamente inapelables. Como la prescripción es el modo de adquisición o pérdida de un derecho por el transcurso del tiempo, para bien y para mal ya no hay nada que re-establecer. Aún aceptando culpas y responsabilidades por la supresión de vidas y tradiciones del pueblo Huarpe, hoy los propios auto-referenciados miembros de esa comunidad étnica, deben reconocer que resultan fieles representantes de la cultura universal.
Finalmente, séptimo, reivindicar el relativismo cultural sin sustento fáctico, por afuera del sistema jurídico vigente en la República Argentina, aún por mandato de su Constitución es una incongruencia también histórica y sociológica.
Lo más grave: constituye la adhesión intelectual a un romanticismo extremo, que conduce al irracionalismo. El irracionalismo fue – y es – la semilla de la fragmentación, de la discriminación, y la germinación de la larva de los fascismos. Sobrevalorar con fruición la llamada “identidad cultural de los pueblos”, conlleva la sobreestimación de la diversidad; como cualidad valiosa en sí. Por otro lado subestima el carácter mono genético de la especie humana. Hoy ya todos (hasta los que adhieren a la hipótesis poligenética de la humanidad) reconocen su convergencia; nadie niega que todas las razas integran una misma especie.
La embestida contra la modernidad de muchos científicos, exalta la idea del “buen salvaje” lanzada por Rousseau. Aunque no adoptemos el dogma del estigma del pecado original, todos sabemos que el hombre no es bueno; cuanto menos, no por ser salvaje. Tampoco idealizo el progreso, pero convéngase en las ventajas culturales de la sociedad moderna e infinidad de conveniencias, algunas saludables como los antibióticos y vacunas, otras primordiales como la preeminencia de los derechos individuales, o reconfortantes como la tecnología en comunicaciones; gangas que una “comunidad indígena”, como tal, desconocería.
Quienes elogian las particulares identidades culturales recuerden que algunas etnias supervivientes hoy persisten en la ablación del clítoris, el asesinato ritual de los viejos, Etc.
Hegel, aunque algunos lo acusen de precursor de nacionalismos, decía que los dioses particulares y el espíritu de cada pueblo, estaban limitados por su particularidad. Que finalmente serían sometidos al juicio universal, al espíritu del mundo, a la historia universal constituida en tribunal supremo. En PRINCIPIOS DE FILOSOFIA DEL DERECHO.[2][2]
Lo mismo, entre los pensadores hay una corriente anticientífica que simpatiza con el retorno a los orígenes como fuente de beneficios. Con la excusa de aferrarse al “espíritu de los pueblos” y sus particularismos étnicos y culturales prefiguraron un particularismo universalista; su consecuencia fueron las mayores aberraciones históricas: el pangermanismo, el eslavismo, el sionismo, Etc. ¡Todavía insisten!
Juan José Sebreli en EL ASEDIO A LA MODERNIDAD enseña que Spengler y Toynbee adhirieron a un concepto relativista de la comunicabilidad de las culturas, y así ayudaron mejoraron los senderos del racismo. Hitler, en el Octavo Congreso del Partido Nazi, repitió la idea de incomunicabilidad de las culturas: “Ningún ser humano puede tener relaciones íntimas con una realización cultural si no emana de los elementos de su propio origen.” [3][3] También que es un anacronismo polemizar sobre la aculturación o la transculturación. Y creer en la supremacía de las razas puras es ponerse junto a los racistas, como Gobineau y Hitler.
Preferir que la comunidad continúe invocando la lluvia ritualmente, y no implementar una cultura del trabajo organizado con tecnología nueva es una utopía reaccionaria; además de perturbar seguramente cualquier comunidad indígena.
La antropología colaboró para estos proyectos con su pecado original: la deformación profesional del antropólogo confiriéndole a la cultura particular de cada pueblo una categoría superior, que olvida los méritos de la educación y hasta las ventajas insustituibles de la mera alfabetización.
Cuesta coincidir con los particularismos anti universalistas.
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