Justificación del Hedonismo

JUSTIFICACION DEL HEDONISMO

Confieso  que no es una actitud estoica la que me mueve. Dentro de las opciones, me inscribiría en  la que exalta la alegría del placer. No obstante que el sentimiento de los estoicos es más consanguíneo de la melancolía y ésta a su vez, más hermanada con el romanticismo, creo más genuino el entusiasmo hedónico, con un ingrediente romántico; aunque ambas escuelas, en la actualidad, estén devaluadas y  padezcan algún desprestigio.

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Entre las escuelas filosóficas de la Magna Grecia la más malmirada es la del Hedonismo

El menor prestigio del hedonismo se conjuga con la fuerte tendencia a asociarlo con la decadencia. Contrariamente el estoicismo goza del maridaje con la virtud, entendida como la ostentación de una firme voluntad.

Por todo eso y debido a que tu recuerdo,  permanente en mí,  es rotundamente vital, quiero hacer el elogio del hedonismo.

Tu memoria vivifica en mí la alegría del mejor sentimiento. El goce casi carnal cuando te escribo esto, de percibirte cortejada en la más profunda piel, la de tu alma, con el deleite voluptuoso con que te miman y malcrían mis palabras, “halagándote como nunca antes”. Qué premio el mío. No hay homenaje mayor a mi modesta condición de escribidor a tu servicio.  Y hay quien cree,  todavía,  que las palabras son inútiles.

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Las formas de relacionarse pueden ser, llanas o discriminadoras, serviles o dominantes, vulgares o elegantes.

En medio de las groserías y de la rusticidad reinante, elijo para mis relaciones particulares delicadeza y algo de refinamiento; una suerte de aristocratización de las maneras, sobre todo contigo. Porque no estoy interesado en relacionarme en general con otro sexo, sino en particular, y especialmente con la mujer de mis sueños. Obviamente, todas las hipótesis están sujetas a la fortuna que tenga uno en el trayecto (siempre arduo)  hacia la quimera de amor que me/nos gustaría concretar.

“No todavía…”, enuncia la Utopía de nuestra fantasía,  sin advertir que estamos a la orilla de esas playas.

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Muchos hay, que inculcados de la culpa judeo-cristiana, dejan para el otro mundo el paraíso. Aún teniendo, a tiro de memoria corta, la experiencia propia de  la conjunción de lo carnal y platónico con sus modos simultáneos. También es cierto,  no todos cuentan con dicho enlace o aproximación. Más triste – y aún más claro –  resulta,  que serán mayoría los que nunca sabrán de ello.

Patético. Magra experiencia, vivir sin apreciar  la mixtura que nos diferencia de los reptiles, que en su simpleza primitiva están sentenciados a recibir únicamente como goce, la orden del impulso procreador; como un instinto, nada más.

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El hedonismo básico preconiza una pedagogía que equipara el bien al placer. Establece la obligación en pro del bien, o sea el deber de buscar el placer. Así, entonces, la inter-subjetividad no se limita al deber “en sí” del menesteroso Kant (paupérrimo en lo vital).

Ahí es donde lo socialmente  impuesto (por los “hechos sociales” de  Durkheim), sufre y es objeto de reconvención. Porque, si bien se originaron como una necesidad del conjunto – por la evolución de las formas sociales –  puede que la necesidad cese, deje de existir. Y, aunque – como hechos sociales – persistieran  en la conciencia del individuo (por su actual  anodina futilidad al ser innecesaria para la comunidad),  ineludiblemente mutarían en vacuas obligaciones inconsistentes. Denunciar, o por lo menos desobedecer, esa falsa obligación, ya sin sentido, resulta propio del  humano superior.

Atrás del ideal de la belleza, ese que me permite exaltar la relación contigo con una golosa inquietud, está el modelo justo, el más completo y acabado, de nuestras maneras de entender el amor. No importa cuánto de hermosos sean, objetiva y materialmente, nuestros cuerpos respecto del estándar ideal de referencia; ya que en eso consiste la mixtura sublime del amor platónico y el lúbrico, conjugados. Espíritu y lujuria… ¡Qué insólito dirán varios!

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La lubricidad del chivo es superlativa pero, meramente animal, sin el ingrediente de su aura espiritual; para varios ininteligible, palmaria para los más humanos. Saciar la carne es fácil, por lo menos posible, pero…, ya se sabe: “Amor en tierra,  nunca logra el tamaño de su sed”.

Nuestra condición obsesiva en pos del otro, conformando  un estilo, no sé si  se compone de ingredientes sanos. Si lo nuestro es lúdico, creativo y reciclable, sería singularmente propio y altamente valorable.  Mas, si se nutre de neurosis, de la autoestima exacerbada recíprocamente, por la apreciación que obtenemos del otro, mutuamente… No se. No me animo a decirte.  Lo que parece seguro es que la travesía de esta relación – sin los lastres y obstáculos – hubiera sido, aunque espinosa y delicada, deliciosa.

La trama de nuestra historia tiene algo de catárquico; la penosa pero exultante expulsión de los demonios acumulados en años de sometimiento a la rutina.

Mientras tanto…pura pasión…, el recuerdo para siempre que me recuerda al “odor di fémina” de La Fémina: mi musa, my Queen, Vos. En la cúspide de la seducción, mejor que aquella de  la ópera  “Don Giovanni” de Mozart.


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