Cuando llegó nadie…

Cuando llegó nadie imaginaba cómo sería. Inspiraba ternura y molestaba al mismo tiempo.

Luego se supo que portaba una herencia algo pesada; un rasgo difícil de manejar, sobre todo por él. Además su apariencia no convalidaba esa cualidad. Al contrario, gozaba de una apariencia especialmente agradable. Más allá de su proporcionalidad o color, impresionaba con su actitud. Atento a cualquier diferencia, de luz, sonido u aroma, siempre dispuesto a plantarse bravamente ante lo desconocido; era para dudar: ¿se trata de valentía? ¿Revela un subconsciente estado de alerta indeleblemente impreso en su código genético? O, disimula de esa manera una suerte de perenne  miedo por  lo imprevisible, reaccionando como atacante, cuando – pese a su actitud corajuda y desafiante -, es probable que disfrace de ataque, un secreto pavor a todo, para así ocultar que en realidad, siempre se está defendiendo.

A pesar de lo arduo de manejar ese talante escondido misteriosamente en su ADN, es poseedor de un carácter festivo. De una alegría fácil, espontánea y permanente, que lo hace un paciente reclamante de atención, aunque encuentre casi siempre una respuesta indiferente o negativa. Su afán juguetón no se condice con el pesado legado atribuido a su especie o raza. Termina siendo latoso con su inquebrantable predisposición al retozo. También es común que despierte admiración por su habilidad, y simpatía por su gracia al subirse a los sillones saltando de costado con el brinco propio de un cabrito.

A diferencia de la mayoría de sus congéneres (que para las fiestas de fin de año sufren y se esconden bajo las camas por los estallidos de cohetes), cuando el aire del verano se llena de explosiones y fuegos de artificio, él reacciona frenéticamente. Encrespándose iracundo contra la indefinida zona de los estampidos y truenos, ladrándoles desafiante. Una vez casi se me escapa de las manos la soga que lo sostenía del collar de ahorque, porque arremetió decidido hacia un rayo cercano a nuestra izquierda, anunciado con su trueno.

Paradójicamente su coraje sin límites, desaparece como si nunca antes, frente a lo más sutil e incorpóreo: el viento. Antes que los humanos percibamos atisbos de viento Zonda, su sexto sentido lo preanuncia, y su bravura se pone de rodillas. Tembloroso y sin brío, como un inválido inerme tiembla entero como si estuviera ante un misterioso peligro; busca nuestra compañía humana como protección de ese, para nosotros, incomprensible riesgo,  evidentemente insuperable para él.

Para obtener lo prohibido, sabe aprovechar la contradicción de actitudes de sus jefes. Insiste en salirse con la suya, pese a ser en general obediente a las instrucciones aprendidas. Pero apenas advierte que  alguno de los directivos de la casa se muestra débil o simplemente condescendiente con su pertinacia en el desacato, respecto de algunos pocos hábitos atentatorios de reglas sanitarias y  mantenimiento de mobiliario,  vuelve empecinadamente a infringir las prohibiciones elementales,.

Pareciera que es su manera de rebelarse ante la imposición insistente de sus superiores en darle directivas que tienden a dejar claro que no debe ocupar un lugar igualitario al de ellos. Prefiere pasar por cabezón y reiteradamente ser  regañado, y hasta castigado con algún golpe.

Creo que todos los humanos convivientes hemos pensado seriamente deshacernos de él, pero – aún con su tozuda desobediencia, que nos incomoda a todos, por no hablar del costo económico que significa – ya ocupa un lugar importante en el disfuncional manejo familiar.

 


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Comentarios

Una respuesta a «Cuando llegó nadie…»

  1. Avatar de Mario
    Mario

    Muy bueno!!! Otra, otra, se escucha en la tribuna….

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