Periodismo escéptico

El día  19 de diciembre el columnista de  “ad hoc” pudo “sacarse el entripao” que durante largos meses lo tuvo sin réplica bajo la coartada de no responder agresiones personales (él, que decapitó literariamente al total de los legisladores). No obstante, allí se sumó a la crítica acérrima  contra el autor del proyecto de ética periodística.

            Principió con la muletilla de la libertad en peligro y el autoritarismo, descripción sobre actuada. Luego de esa rutina, libró los demonios atragantados de aquel entonces. No me molestó. Aprecié su ironía y también la fidelidad de los textos a mi discurso sobre Illía, corroborados por el arrepentido Grondona. Me gustó la figura de compararme con Lenín ¡Qué curioso!, Adelantándome a los periodistas, promoviéndoles su evolución ante su inacción. Es cierto, en eso la cuestión se le parece. Ante la resistencia de algunos para  auto regularse, preparé  este proyecto, dándoles el trabajo hecho. Sin la  intención de imponerme:  en el artículo séptimo del proyecto los periodistas gozan la facultad de modificarlo a gusto; auto regulación mediante de ahí en adelante. En Derecho Público eso se denomina principio de subsidiariedad del estado.

Una diferencia fundamental con Lenín, no maquiné el cambio mediante la violencia. Lo intento desde la modesta investidura de legislador (aunque, claro, «con oscuros designios»). Una propuesta legislativa pacífica y burocrática ¡ Qué poco revolucionario! Y aburrido. Pese a que la polvareda lo haga parecer una batalla.

            Por lo demás, debo reconocer que, por minucioso,  me equivoqué. No debí tomar como modelo el código de ética alemán, reglamentarista. Debí proponer un modelo menos expuesto al molido fino. El de Quebec por ejemplo. Ese no regula  la eventualidad de la expresión escrita de los dementes evidentes, que préstase a la tentación de hacerse el “loco lindo”. A riesgo de que sus escritos sean un “juguete rabioso”. Ya se sabe lo  atractivo, para todo intelectual, de asimilarse a los “siete locos” de Arlt; aunque de genios y de locos todos tengamos un poco. ¡Un esnobismo un poco vulgar!

            Claro que, después de todo, lo más importante no está puesto en consideración. ¿Es bueno tener un código de ética? ¿Corresponde que los periodistas se auto regulen? ¿O la mayoría es igual a Clark Kent? Es que, si todos son superhombres, me equivoque grueso. Ya se sabe que Súperman es ético a rabiar.

Como que lo tildé de envidioso  no figura en  la «carta de lectores» a la que se redujo mi respuesta a su agresión en la columna Opinión, (publicada desconectada del articulo LA ARISTOCRACIA DE LA LEGISLATURA, abreviada, extemporánea y única oportunidad que tuve de replicar  y “publicar libremente mis ideas”), advierto que  pudo leer mi texto, el original previo a la censura, el titulado: “EL ARISTOCRATA EXCLUIDO, o maldita legislatura”. Fue una satisfacción. Sé que no me enaltece vanagloria tan mezquina y lo confieso. Por eso sé que hace falta un código de ética. Todos somos susceptibles de la concupiscencia del espíritu, de la soberbia intelectual. Que, como en todo deporte (sustituto de la guerra en tiempos de paz), busca vencer.

            Pero en las Olimpíadas la polémica escrita todavía no está homologada. Además ¿Con qué reglas?, si al Diputado los fueros no le alcanzan para el “derecho a réplica” y al Periodista no hay quien le haga cosquillas ni con una caña. Muy a pesar de que varios editoriales de LOS ANDES pretenden la aplicación del Pacto de San José de Costa Rica (“por la colegiación obligatoria, vió”), que no la prohibe. Eso sí,  rehusándose al derecho a réplica, esa parte del Pacto nooo…

            La metáfora de la micción canina no es mía. Aunque me halague  haber sido tan convincente en el discurso como  para sumar un “ganso” a un homenaje a Illía, “pericote” al fin. Una debilidad  momentánea, seguramente. Igual lo aprecio.

            Ahora, terminado el esgrima personal, que no inicié ¿Porqué no debatimos el fondo del asunto?             Se dice: «Lo que pasa es que, una ley, viniendo de un legislador, es sospechosa.» «Además no es el momento. Justo ahora que el periodismo descubre tantas cosas. Habría que esperar un período en que no descubra nada. Ese sería el momento. Mas que nada para no levantar suspicacias.» Porque “ya se sabe, para mí, vió, hay una conspiración de los políticos”. Es poco serio y abona un clima de amoralidad.

            Hace años que reflexiono sobre el papel de la prensa. Ya casi no hay títere con cabeza:  los militares defraudaron, los jueces bajo sospecha, a los sindicalistas quién les cree; en los políticos quien confía. Sin distingo alguno. Y todo gracias a la labor objetiva y sana de los periodistas. En este cementerio: ¡A cada señor, su honor y a cada muerto, su tumba!

            Es cierto, un periodista no debe ser ingenuo; debe cultivar un escepticismo preventivo. En su lugar algunos recurren a una actitud  de suspicacia inapelable, que determina la formación de una opinión pública pesimista y escéptica. Así nos va, hasta la economía se enteró.

            Ya se sabe que el desideratum  del mercado es: «coma caca millones de moscas no pueden estar equivocadas». El problema es que, luego de tanta basura hurgada ¿A quién le queda el olfato fino y la credulidad sana? Decía mi padre “los estafados casi siempre son estafadores frustrados”.

 

Los Andes

04-01-2000


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