EL SOSPECHADO VOTO SECRETO

         Defender la eliminación del voto secreto es abogar por el retroceso de la democracia; facilitar la compra de votos y la represalia a quien opine distinto. Si se elimina la votación secreta en el Senado para la designación  de cargos, retornaríamos a la consabida debilidad de los votantes, expuestos al voto “cantado” y expuestos a extorsiones por sus opiniones. Igualmente servirá para algo peor,  la compra de votos.

         Podrá decirse que, aún con el secreto del voto, se dan ambas conductas reprochables. Pero, eso sí, habrá de reconocerse que ocultando el voto es más difícil el castigo a los “desobedientes”, protegidos de su manifiesta individualización.

         Es cierto que el hecho que dio origen al intento de supresión de esta modalidad – precisamente la penúltima votación en el Honorable Senado de Mendoza -, lo infectó de política subalterna. Sirviendo a objetivos espurios. Eso hace aparentemente engañoso al voto secreto; contradice la finalidad de su creación. También es cierto que conspira contra las bondades del secreto, la facilidad de emparentar lo secreto con lo clandestino. La analogía hace fácil resbalarse hacia la metáfora. “Secreto” = “Clandestino”= “Sucio”, Etc. Pese a que esta trasgresión a la finalidad del secretismo habría sido el resultado de un simple abuso del sistema; una conducta no buscada, obstaculizada por el sistema, pero viabilizada por conductas anti-éticas.

         Normas como estas nacieron para proteger la independencia, para darle a los funcionarios expuestos a presiones eventuales, los reaseguros o garantías contra las tendencias hegemónicas del poder ejecutivo, y de las presiones partidarias o sectoriales hacia la prosecución de sus intereses.

        Los reformistas casi siempre, a falta de argumentos, acuden al cómodo recurso de devaluar lo reformable por su “vetustez”; un argumento adolescente. Como si la mera antigüedad constituyera una refutación. ¡Qué distinto piensan y sienten los países institucionalmente superiores! La Constitución de Inglaterra es la mas antigua vigente, no obstante, no ha sufrido modificaciones en quinientos años, pese a no estar escrita. Conociendo el temperamento latino, sus legisladores acudieron a códigos y constituciones escritas; agregándole obstáculos para su reforma. Como se ve, igualmente caemos en el frenesí reformador.

        Para garantizar la división de poderes es indispensable resguardar a los miembros del Poder Judicial y del Legislativo de la tendencia hegemónica  del único de los poderes al que la gente denomina y atribuye “el gobierno”, o sea del Ejecutivo. En el caso de los jueces, otorgándoles “inamovilidad” en sus cargos e “intangibilidad” de sus remuneraciones A los legisladores con el derecho especial de sus inmunidades parlamentarias y fueros. También con el voto secreto.

Dentro de poco irán tras las inmunidades de los legisladores. Ya intentaron eliminar la intangibilidad de los jueces. También cuestionaron la inamovilidad de los jueces, pregonando diciendo: “es una rémora de la monarquía”. ¡Qué ignorancia! Si la inamovilidad y la intangibilidad son un genuino producto propio de la república en democracia.

        Obviamente que el voto secreto sólo obstaculiza (no impide), los juegos sucios posibles. Pero, no superaremos su imperfección relativa volviendo al voto cantado. Ni será beneficioso que propiciemos regresar a la imperfección absoluta y evidente del voto cantado; fundándonos en ese intersticio o hendidura presunta por donde se habría colado la motivación viciosa o impura.

      La justicia humana seguramente no alcanzará nunca la perfección de la divina. Porque, a pesar de los ingeniosos mecanismos de garantías: debido proceso, presunción de inocencia, inamovilidad de los jueces, habrá siempre quien la esquive con taimadas astucias.  Pero, aún con sus imperfecciones, sigue siendo mejor que retornar a los groseros juicios primitivos. Tampoco debería involucionarse con el regreso al voto cantado.

Que la palabra secreto evoque  una connotación de sospecha, clandestinidad y suciedad no es más que un argumento teñido de  sentimentalismo barato. Equivale a dejarse convencer por la mera sugestión que despierta psicológicamente el vocablo, por su fuerza metafórica, sustituyendo al razonamiento discursivo y la lógica. Insistir en convencer mediante ese método es permitir que la lógica institucional se vea condicionada por interpretaciones románticas; lícitas para la telenovela, e inclusive para el arte. Pero ajena al razonamiento sistemático. Así sucede con la propaganda televisiva, que apunta  más a la emoción, que a la razón, como lo expone brillantemente el pensador italiano Giovanni Sartori, en Homo Videns.

      Por suerte todavía a nadie se le ocurrió volver al voto cantado de la ciudadanía, después de casi un siglo que la abstención radical presionara y obtuviera el voto obligatorio y secreto. A pesar de que los argumentos que avalan el voto secreto de los senadores, son los mismos que para el común ciudadano. Atento a la naturaleza humana de los senadores, no debería exigírseles heroísmo cuando deban oponerse a las prácticas corruptas, si se les quita el amparo y las garantías correspondientes. Si se les exige que voten según su conciencia, que se opongan a los intereses particulares de los poderosos y hasta del Poder Ejecutivo, si no coincidieran con el bien de la comunidad, deberá mantenerse el secreto al momento de votar jueces y otros cargos especiales.

      La Constitución provincial en su artículo 83 establece el voto secreto para prestar acuerdos a nombramientos; su voto cantando sería una patente de condenación y dependencia. Las constituciones de los países más institucionalizados contienen el instituto del voto secreto. Así, por ejemplo, el senado de Italia está decidiendo actualmente la confabulación eventual de Andreotti (el demócrata cristiano), con Sindona (el banquero de Dios);  el voto será secreto.

       Si para atacar un corolario indeseado, destruimos un mecanismo bien pensado (sin sustituirlo por otro mejor), será peor el remedio que la enfermedad.

                    

 LOS ANDES 28 de marzo 2008


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